Pippi asiste a un té


La madre de Tommy y Annika, se llamaba Settergreen. Un día hizo pastas y té. Como había hecho muchas, les dijo a sus hijos que podían invitar a Pippi. Los hermanos muy contentos fueron a decírselo a Pippi.
Ella estaba en el jardín regando flores. Annika muy contenta le dijo a Pippi que estaba invitada a tomar el té con ellos.
     — ¿Yo? - preguntó Pippi-. ¡Pero si no sé como portarme bien!
     — Si que sabes - respondió Annika.
Te aseguro que no – contestó Pippi-. Yo intento portarme bien. Pero he notado, que la gente cree que no lo consigo, aunque yo me esfuerce. Pero os prometo que no os avergonzaré.
     — ¡Genial! - dijo Tommy con alegría.
     — ¡Esta tarde a las 3, no lo olvides!- le gritó Annika.
Pippi llegó a casa de Tommy y Annika. Se había puesto muy guapa.
«Me parece que voy a ser la más elegante de la reunión», se dijo al apretar el botón del timbre. Le abrieron la puerta y entró. Había mucha calma en la sala donde se encontraban Tommy, Annika y su madre.
De repente, se rompió la calma.
     — ¡Atención! - gritó Pippi - ¡Compañía… En marcha! —dijo Pippi seguidamente.
Avanzó como un sargento hacia la señora Settergreen.
     — ¡Compañía… Alto! -y Pippi se quedó quieta-. ¡Presenten… Armas! ¡Uno, dos!
Cogió la mano de la señora Settergreen y le saludó.
     — He hecho esto, porque soy tímida - le dijo Pippi a la madre. Y se sentó en la silla que más le gustó.
Pippi que tenía mucha hambre miró hacia la mesa y dijo:
     — ¡Eso tiene pinta de estar muy bueno! ¿Cuándo vamos a empezar?
En ese momento entró una sirvienta con el té y preguntó:
     — ¿Tomamos el té ya?
     — ¡Eh, que soy yo la primera! - advirtió Pippi.
Y en dos saltos se plantó al lado de la mesa. Cogió todas las pastas que pudo de una bandeja. Volvió a su sitio y se sentó.
Seguidamente empezó a mojarlas en la taza del té y a ponerlas todas en la boca hasta que no podía ni hablar.
Rápidamente se le acabaron las pastas y se levantó a coger más. Las invitadas la miraban mal pero ella no se daba cuenta.
     — Les agradezco mucho que me hayan invitado. - dijo Pippi -. Nunca había venido a un té.
En la mesa también había un pastel muy grande. Pippi lo miraba mucho. Finalmente se comió un trocito y se manchó de crema toda la cara.
     — ¡Ja, ja, ja! - se rió Pippi -. Ahora podemos jugar a la gallina ciega, porque ya tenemos gallina, no veo nada en absoluto.
Sacó la lengua y se limpió los contornos de su boca. Y dijo:
     — ¡Uf, esto está muy malo! Sin duda, el pastel se ha echado a perder, así que puedo comérmelo.
Y así hizo. Se comió todo el pastel y luego se frotó la barriga muy feliz.
Las invitadas estaban sorprendidas, pero Pippi les dijo:
     — No tenéis que preocuparos. En un té hay que estar de buen humor.
Entonces cogió el azucarero y tiró el azúcar por todo el suelo.
     — ¿Han observado lo divertido que es andar por el suelo pisando azúcar? Y aún más si vamos sin zapatos - dijo Pipi a las invitadas.
En ese momento entró la criada. Al ver el suelo lleno de azúcar, cogió a Pippi y la acompañó al sofá junto a Tommy y Annika.
Pippi, Tommy y Annika hablaban en el sofá y las damas tomaban el té. La paz había vuelto. Las damas hablaban sobre criadas y entonces Pippi se unió a la conversación. Explicó una historia sobre la criada que había tenido su abuela.
Las damas hicieron como si no la hubieran oído y continuaron hablando de sus criadas. Pippi insistió y volvió a unirse a la conversación.
Pippi empezó a contar que la criada de su abuela, que se llamaba Marta, era muy sucia y le robaba la ropa a su abuela.
Tras un breve silencio. La señora Alexanderson dijo:
     — No puedo asegurarlo, pero tengo motivos para sospechar que mi sirvienta es una ladrona.
Y Pippi intento hablar otra vez. Pero la señora Settergreen no la dejó.
     — ¡Niños, marchaos arriba inmediatamente! - ordenó.
Pippi volvió a hablar para contar otra historia sobre Marta. Pero Annika y Tommy la cojieron cada uno por un brazo y se la llevaron.
Las damas aprovecharon para tomar otra taza de té. La señora Settergreen dijo:
     — Yo no me quejaría de mi sirvienta si no rompiese tantas piezas de porcelana.
De repente, una cabeza pelirroja apareció en lo alto de la escalera y empezó a hablar. Pippi volvió a hablar de Marta. Contaba otra historia sobre lo que Marta le hacía a su abuela. Y desapareció.
La paciencia de la señora Settergreen se había terminado. Subió las escaleras corriendo, entró en la habitación de Tommy y Annika y le dijo a Pippi:
     — Te agradeceré que no vengas más. Tu comportamiento ha sido vergonzoso.
Pippi la miró con los ojos llenos de lágrimas y dijo:
     — Tiene razón. No sé cómo debo portarme con la gente. Nunca lo conseguiré.
Hizo una reverencia a la señora Settergreen, dijo adiós a Tommy y Annika y bajó lentamente las escaleras.
En ese momento, las invitadas también se marchaban. Pippi, se sentó al lado para ver cómo se ponían los sombreros y los abrigos.
De pronto, Pippi volvió a hablar sobre las criadas y sobre Marta.
Cuando terminó de hablar. Las damas, se despidieron otra vez de la señora Settergreen. Pippi corrió hacia ella y le susurró al oído:
     — Siento no haber sabido portarme bien. Adiós.
Se puso su gran sombrero y volvió a Villa Mangaporhombro.
Cuando las damas habían andado bastante, oyeron una respiración a sus espaldas. Pippi se encontraba detrás de ellas.
Empezó otra vez a hablar sobre su abuela y Marta. Cuando terminó de hablar, se marchó y las damas aceleraron el paso. Però Pippi les gritó:
     — ¡Marta no barría nunca debajo de las camas!

Pipi llega a Mangaporhombro


En una pequeña ciudad sueca, vivía una niña que se llamaba Pippi Calzaslargas. Tenía nueve años  y no tenía padre ni madre.
La madre murió cuando Pippi era muy pequeña y su padre era un capitán de barco y un día navegando cayó al agua y desapareció. Pippi estaba completamente segura de que algún día volvería.
Pippi vivía en una casa con jardín que le había comprado su padre. En esa casa, no estaba sola, vivía con el señor Nelson y con el señor Tom. El señor Nelson era un monito que se lo regaló su  padre y Tom era un caballo que se compró para ella sola. Con una moneda de oro que le había  dado su padre.
Al lado de su casa, había otra casa. Allí vivían un padre, una madre y dos hijos muy guapos,  un niño y una niña. El niño se llamaba Tommy y la niña Annika, eran educados y obedientes.
Tommy y Annika, siempre habían deseado tener un compañero de juegos. Y pensaban:
     — ¡Lástima que nadie viva en esa casa! ¡Ojalá vinieran unos padres con sus niños!
Una tarde de verano, Pippi se encontró con Tommy y Annika cuando abrió la puerta de su casa. Su aspecto era el siguiente: cabello del color de las zanahorias recogido en dos trenzas tiesas  como palos. La nariz tenía la forma de una patata pequeña y estaba llena de pecas. Su boca era  grande y tenía unos dientes blancos y sanos. Su vestido era único porque se lo había hecho ella. Además llevaba unas medias largas de color negro y castaño, y unos zapatos muchos más grandes que sus pies.  
A Tommy y Annika les sorprendió ver un mono sentado en el hombro de Pipi. Era pequeño y tenía una cola muy larga. Llevaba unos pantalones azules y una chaqueta amarilla.
Pippi se puso a andar hacia atrás. Tommy curioso preguntó:
     — ¿Por qué andas de espaldas?
     — ¿No puedo andar como quiera? - preguntó Pippi.
Entonces Pippi les explicó que una vez mientras viajaba había visto personas que andaban así.
     — ¡Eso no es verdad! - gritó Tommy.
Pippi se quedó pensativa y contestó:
     — Tienes razón. - dijo tristemente -: he mentido.
     — Mentir es feo - dijo Annika.
Finalmente, Pippi propuso a sus nuevos amigos ir a desayunar a su casa y ellos aceptaron.
Llegaron a casa de Pippi. En el jardín encontraron el caballo, que estaba comiendo.
     — ¿Por que tienes un caballo en el jardín? - preguntó Tommy.
     — Porque en la cocina molestaría y en la sala no le gusta - contestó Pippi.
Una vez dentro de casa, Tommy y Annika preguntaron:
     — ¿Vives sola?
     —  Ya veis que no, el señor Nelson y el caballo viven conmigo - contestó Pipi.
     — ¿No están aquí tus padres? - preguntó Tommy.
     — No - contestó Pippi feliz.
     — ¿Y quien te dice cuando irte a la cama y todas esas cosas? - preguntó Tommy.
     — Pues yo misma - le contestó Pippi. La primera vez me lo digo amablemente; si no me hago caso me lo vuelvo a repetir. 
Tommy y Annika se quedaron sorprendidos. No lo entendían. 
Llegaron a la cocina y Pippi les propuso hacer tortas. Sacó tres huevos y los lanzó al aire. Uno se le  cayó en la cabeza y los otros dos en la taza, donde debían estar. 
Pippi iba sacando cuidadosamente los trocitos de cáscara que habían quedado en la taza y mientras contaba una historia sus amigos. 
Luego, de la pared descolgó un cepillo de baño y batió los huevos. Todas las paredes quedaron salpicadas. 
Finalmente, echó los huevos en una sartén. Y cuando la torta se doró por un lado, la lanzó al aire, dando una voltereta y volvió a caer en la sartén. 
Cuando estuvo terminada, la lanzó a un plato que estaba sobre la mesa.